La profilaxis antibiótica de la endocarditis infecciosa (EI) ante determinados procedimientos es un tema especialmente controvertido para la comunidad odontológica. Por la información proporcionada en un editorial publicado recientemente en las páginas de Revista Española de Cardiología1 y el enorme desconcierto que ha generado la propuesta del National Institute of Clinical Excellence (Reino Unido) de no administrar en ningún caso profilaxis antibiótica de EI previa a manipulaciones dentales, nos gustaría hacer algunas consideraciones desde una perspectiva fundamentalmente odontológica.
Entre las indicaciones de la profilaxis se incluyen los procedimientos que implican la perforación de la mucosa oral y se excluyen las inyecciones de anestésico a través de un tejido no infectado1. Sin embargo, la perforación de la mucosa en áreas edéntulas conlleva una prevalencia muy baja de bacteriemias, mientras que algunas técnicas de anestesia como la intraligamentosa o una manipulación diagnóstica aparentemente inocua como el sondaje periodontal causan bacteriemias con mayor frecuencia2. En consecuencia, habría que redefinir los procedimientos de riesgo, haciendo hincapié en el área crítica constituida por el surco gingival y las bolsas periodontales.
Uno de los argumentos esgrimidos para justificar la restricción progresiva de las indicaciones de la profilaxis es el desarrollo de bacteriemias secundarias a actividades de la vida diaria, como la masticación o el cepillado dental; aunque la repercusión clínica de estas bacteriemias aún se desconoce, su prevalencia podría incluso estar subestimada, ya que es presumible que su intensidad difícilmente alcance el umbral de detección de las técnicas convencionales. En una revisión sistemática reciente, se ha demostrado que la evidencia científica disponible a este respecto es exigua y que la acumulación de placa bacteriana y el grado de inflamación gingival condicionan la prevalencia de bacteriemias secundarias al cepillado dental3, lo que corrobora la importancia de la higiene oral como medida de prevención.
Las pautas de profilaxis antibiótica son importadas y su eficacia podría estar condicionada por factores geográficos como los mapas de sensibilidad antimicrobiana. En este sentido, se ha demostrado que, por ejemplo, la clindamicina (antibiótico de elección para los pacientes alérgicos a la penicilina1) es ineficaz para prevenir las bacteriemias secundarias a exodoncias4, si bien podría actuar en fases posteriores del desarrollo de la EI.
La cavidad oral es un nicho ecológico en el que se han identificado más de 700 especies bacterianas. Por lo tanto, la desinfección local con una solución antiséptica antes de cualquier manipulación odontológica estaría justificada, al igual que se aplica a la superficie de la piel antes de producir una solución de continuidad. La realización de un enjuague de clorhexidina antes de iniciar el tratamiento odontológico era una práctica recomendada por algunos comités de expertos hasta hace pocos años5, aunque incomprensiblemente no se ha incluido en las últimas guías de profilaxis de la EI. Hasta la fecha no se ha demostrado que la administración de clorhexidina pueda prevenir la EI, pero su aplicación reduce la carga bacteriana intraoral y, en consecuencia, la prevalencia y la duración de las bacteriemias secundarias a determinados procedimientos odontológicos6, con la ventaja añadida de que su prescripción no tendría por qué limitarse a los pacientes de riesgo.
En definitiva, coincidimos plenamente en la necesidad de elaborar documentos de consenso sobre EI y de su implementación desde una perspectiva multidisciplinaria1. Si bien es cierto que algunos estudios han puesto de manifiesto importantes carencias entre los odontólogos en cuanto a conocimientos sobre las pautas de profilaxis de la EI, en la pasada década también constatamos una importante disparidad de criterios entre los cardiólogos de nuestro país7.