Hemos leído con interés el artículo de de Lorenzo-Pinto et al.1 sobre un programa de reducción de hemorragias en el síndrome coronario agudo, y queremos felicitarles por su iniciativa que, mediante el empleo adecuado de la amplia batería de tratamientos antitrombóticos, contribuirá a mejorar la asistencia en una afección que, por su alta prevalencia y su complejidad, tiene gran relevancia en nuestra actividad.
La introducción de las unidades coronarias, la mejora de las terapias antitrombóticas y la utilización de los procedimientos intervencionistas en la fase aguda han contribuido a una mejora espectacular de la atención a los pacientes coronarios, especialmente por la reducción de la mortalidad que, en el caso del síndrome coronario agudo con elevación del segmento ST, ha pasado del 16,6% a los 30 días en 1978 al 4,7% en 20072.
Sin embargo, pese a este avance, programas como el expuesto por de Lorenzo-Pinto et al.1 demuestran que no hay que detenerse ahí y que todavía hay margen de mejora para acercarse al nivel de resultados deseable. Su programa puede sumarse a otras 2 iniciativas también encaminadas a la mejora de la atención y que pueden ser complementarias. Una de ellas no se ha probado en España y la otra, a nuestro modo de ver, tiene posibilidad de perfeccionamiento. Por una parte, en las últimas fechas se han descrito programas que han disminuido de manera eficaz la tasa de reingresos después de procedimientos de revascularización percutánea, cuya frecuencia se cifra en torno al 15% en el primer mes y que rara vez se deben a problemas relacionados con el procedimiento intervencionista o por síndrome coronario agudo3,4. Por otra parte, en el año 2011 se puso en marcha en nuestro país el proyecto RECALCAR, con el fin de conocer la infraestructura y los resultados de las unidades de cardiología del Sistema Nacional de Salud. Su nacimiento debe ser aplaudido por el objetivo de mejorar el conocimiento sobre nuestra actividad, aunque en nuestra opinión puede y debe sufrir modificaciones. El origen de los datos es doble: en primer lugar, los jefes de departamento proporcionan los datos relacionados con la infraestructura y la actividad de cada servicio referentes al mismo año del registro; en segundo lugar, los datos de resultados se obtienen del Conjunto Mínimo Básico de Datos obtenidos desde el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, que provienen de la codificación de los informes de alta del año anterior.
Desde su inicio esta estructura ha recibido críticas porque los errores en la propia codificación, sumados a los procedentes del proceso administrativo, han generado quejas de algunos centros. Este camino ya fue recorrido por el sistema de Nueva York y llevó a una interrupción temporal hasta la modificación actual, en el que los datos se basan en el riesgo individual obtenido a través de escalas de riesgo. Estas escalas son introducidas por el facultativo en el momento del procedimiento y su veracidad está sometida a un estricto control de auditoría externa por selección aleatoria de historias clínicas, con penalizaciones al centro y al facultativo en caso de error en los datos5. Dicho modelo consiguió una disminución de la mortalidad del 41% entre 1989 y 1992, y desde ese año se publican los datos en internet por operador y centro, de modo que el paciente puede obtenerlos y elegir facultativo según dichos resultados. Conseguir este nivel de transparencia en resultados por centro y médico debería ser un objetivo que, aunque pueda parecer lejano o utópico, sería un éxito rotundo. En esta misma línea, la propia Sociedad Española de Cardiología ya ha puesto en marcha una línea para monitorizar indicadores de calidad y mejorar los resultados por centro6.
Probablemente el mayor impedimento será el habitual, es decir, la falta de infraestructura para desarrollar estas acciones, pero nuestra misión es demostrar su efectividad y así que se pueda obtener de la administración un compromiso y recursos para recorrer el camino que todavía falta para llegar a la atención excelente deseada.