Aparte de galicismos léxicos gráficos y prosódicos —como los que vimos el mes pasado—, tenemos también un buen puñado de tecnicismos médicos para los que los médicos de habla hispana nos debatimos aún entre la variante tradicional en declive, que en su tiempo tomamos del francés, y la variante moderna en auge, impulsada por el prestigio actual del inglés; pienso, por ejemplo, en los casos de vacilación entre ‘leucocitario’ (francés leucocytaire) y ‘leucocítico’ (inglés leukocytic), entre ‘paludismo’ (francés paludisme) y ‘malaria’ (inglés malaria), entre ‘poliglobulia’ (francés polyglobulie) y ‘policitemia’ (inglés polycythemia o polycythaemia), entre ‘craneano’ (francés crânien) y ‘craneal’ (inglés cranial), entre ‘embolia’ (francés embolie) y ‘embolismo’ (inglés embolism), entre ‘mucoviscidosis’ (francés mucoviscidose) y ‘fibrosis quística’ (inglés cystic fibrosis), entre ‘amianto’ (francés amiante) y ‘asbesto’ (inglés asbestos), entre ‘dentario’ (francés dentaire) y ‘dental’ (inglés dental), o entre ‘tejido conjuntivo’ (francés tissu conjonctif) y ‘tejido conectivo’ (inglés connective tissue).
En cardiología, una vacilación de este tipo podría ser la que encontramos entre conductividad (por influencia del inglés conductivity) y conductibilidad (por influencia del francés conductibilité). Con la importante diferencia de que en este caso ambos términos no pueden considerarse sinónimos intercambiables en nuestra lengua. Yo, al menos, percibo entre ellos una diferencia considerable de significado: ‘conductible’ (o ‘conducible’) es lo que puede ser conducido, mientras que ‘conductivo’ es lo que tiene capacidad de conducir. Para referirnos, pues, a la capacidad que las fibras nerviosas y musculares tienen de propagar los impulsos nerviosos, considero preferible la forma ‘conductividad’. Yo diría, por ejemplo, que los antiarrítmicos de efecto dromótropo negativo deprimen la conductividad de las células miocárdicas del tejido de conducción (y no su *conductibilidad*), o bien la conductibilidad de los estímulos eléctricos (y no su *conductividad*).
Por último, tenemos también en francés —igual que en inglés o en cualquier otra lengua— buen número de «falsos amigos» de aparición frecuente en los textos médicos. Ya saben, esas palabras que se escriben igual o casi igual que en español, pero significan algo muy distinto: azote, por ejemplo, no es ‘azote’ (fessée), sino ‘nitrógeno’; dentier no es ‘dentera’ (grincement des dents), sino ‘dentadura postiza’; engourdir no es ‘engordar’ (grossir), sino ‘entumecerse’ o ‘dormirse’; épaule no es ‘espalda’ (dos), sino ‘hombro’; glande no es ‘glande’ (gland), sino ‘glándula’; infirmité no es ‘enfermedad’ (maladie), sino ‘achaque’, ‘minusvalía’, ‘discapacidad’ (física) o ‘defecto físico’, según el contexto; lente no es ‘lente’ (lentille), sino el huevo del piojo, que en español llamamos ‘liendre’; nombre no es ‘nombre’ (nom, prénom), sino ‘número’; pansement no es ‘pensamiento’ (pensée), sino ‘cura’, ‘apósito’ o, con frecuencia, ‘tirita’ (en América, ‘curita’); rate no es ‘rata’ (rat), sino ‘bazo’; rhume no es ‘reúma’ (rhumatisme), sino ‘catarro’, ‘resfriado’ o ‘constipado’; salir no es ‘salir’ (sortir), sino ‘manchar’ o ‘ensuciar’.
Puesto en la tesitura de tener que escoger uno solo que resulte especialmente frecuente en nuestro campo, no son raros los cardiólogos que, para referirse al aparato utilizado en las pruebas ergométricas, lo llaman *tapiz rodante*. Es, claramente, un galicismo que no solo calca directamente el francés tapis roulant (cinta sin fin), sino que, sobre todo, pasa por alto que el francés tapis es un «falso amigo»: no significa ‘tapiz’ (que en francés se dice tapisserie y cuelga de las paredes), sino ‘alfombra’ (si se coloca en el suelo) o ‘tapete’ (si se coloca sobre una mesa, una cómoda u otro mueble). Si llama usted ‘tapiz rodante’ a la cinta sin fin, ya sabe: aunque nunca haya estudiado francés, está empleando una expresión cardiológica que cabe calificar de galizante o afrancesada.