Hace apenas unas semanas que falleció en su casa de Zaragoza la doctora Martina Bescós García, primera mujer cardiólogo española, miembro fundador de la Sociedad Española de Cardiología (SEC) y de la Sociedad Aragonesa de Cardiología, que representó con relevante altura a la cardiología aragonesa por toda España y a la cardiología española por toda Europa.
Había nacido en Zaragoza en el año 1912, hija de padre médico. Cursó sus estudios en la Facultad de Medicina de la Universidad de Zaragoza, con extraordinaria brillantez, en un curso de no más de cuarenta alumnos, de los que solamente dos eran mujeres. En su expediente académico predominan las matrículas de honor. En 1923 recibió el Premio Extraordinario de la Licenciatura en la Facultad de Medicina de Zaragoza y en 1925, el Premio Extraordinario del Doctorado en la Universidad Complutense. Durante la carrera fue alumno interno pensionado de Patología Médica en la cátedra del profesor Royo Villanova. Durante los vera-nos y en los últimos años de carrera, realizó cursos en la Casa de Salud Valdecilla de Santander, que por entonces era uno de los pocos institutos de posgraduados del país. Allí se inició su vocación por la cardiología, siguiendo los pasos del doctor José Antonio Lamelas, quien, recién llegado de Boston, se había hecho cargo del servicio correspondiente en tan prestigioso hospital. Asistió con regularidad a cursos en los hospitales Royal Free y St. Bartholomew's de Londres.
Terminada la licenciatura, se trasladó a Viena, a la clínica que dirige el profesor Falta en el hospital Kaiserin Elisabeth, como becaria de investigación. De regreso a España, trabajó durante 3 años en el Hospital Clínico San Carlos, bajo la dirección del eminente maestro Carlos Jiménez Díaz. Allí recibió el nombramiento de Jefe de Consultas de Patología General y Ayudante de Clases prácticas. Coincidiendo con su estancia en Madrid, se inauguró el Instituto de Investigaciones Médicas, que después sería la Fundación Jiménez Díaz (Clínica de la Concepción), y la joven doctora trabajaba durante las mañanas en el Hospital Clínico de San Carlos y durante las tardes se dedicaba a la investigación en el nuevo instituto. La convulsión de la guerra civil española la obligó a rechazar una beca de investigación Conde de Cartagena para continuar sus estudios con el Doctor Soskin en Estados Unidos, y se incorporó al Hospital Pompiliano de Zaragoza, donde tendría a su cargo las 30 camas para enfermos cardiotorácicos agudos. Desde 1938 trabajó en la clínica del doctor Lorenzo López Buera, prestigioso especialista de pulmón y corazón de la capital aragonesa, con quien contrajo matrimonio.
Unos años después de la inauguración del Hospital Clínico de Zaragoza, la doctora Bescós se incorporó a la cátedra de Patología General que dirigieron sucesivamente los profesores Pedro Ramón y Cajal Vinós y Gabriel Guillén Martínez. Su actividad como jefe clínico y ayudante de clases prácticas se polarizó hacia la electrocardiografía primero y hacia la electrofisiología y el estudio de las arritmias cardiacas después. En 1975 se inauguró el nuevo Hospital Clínico Universitario de Zaragoza y doña Martina es nombrada jefe de la Sección de Arritmias y Electrofisiología y profesora ayudante de clases prácticas en el Servicio de Cardiología, en cuyo puesto siguió hasta su jubilación en 1982.
Me resulta imposible evocar mis años de trabajo en este hospital sin que en mi imaginación, y siempre en un primer plano, no aparezca la inconfundible y entrañable figura de doña Martina: menuda, activa, aparentemente distraída de todo lo que no fueran sus electrocardiogramas, que rebosaban siempre los bolsillos de su bata blanca, pero sin perder ningún detalle de nada de lo que a su alrededor acontecía y tuviera como centro al paciente cardiológico o la cardiología. Muchas generaciones de médicos y de cardiólogos hemos obtenido un gran provecho de sus enseñanzas y de su continuado ejemplo de mujer laboriosa y entregada a su carrera. También vivió entregada plenamente a su familia. Doña Martina enviudó en 1953 con 6 hijos, la menor de solo unos meses, que hubo de sacar adelante en aquellos difíciles años con un singular esfuerzo, en el que sin duda consumió energías, dedicación y entusiasmo. Fue una madre absolutamente ejemplar. Su interés por ayudar a los más desfavorecidos la llevo a realizar estancias en hospitales de África central. Y no sé cómo aún le quedaban fuerzas para atender el cultivo innovador de árboles frutales, en su finca de La Cartuja.
Su hijo Lorenzo López Bescós, querido amigo y compañero en las andanzas de la SEC, recibió sin duda los genes dominantes de la vocación cardiológica de sus padres, que a través de él continúan la labor que ellos iniciaron, en un todo continuo casi secular.
Una vida, por lo tanto, a la par larga y fecunda, en la que hizo muchas cosas y las hizo bien. En mi última visita, ya difunta, me impresionó su aspecto inusitadamente juvenil y también la expresión de su rostro, sonriente y apacible. Recordé el consejo de Kung-Tse: «Al nacer, todos ríen y solo tú lloras. Vive de forma que, cuando mueras, todos lloren y tú puedas sonreír».
La cardiología española se conduele de su pérdida acompañando con respeto y afecto a su estimada familia. Descanse en paz.