Para expresar relación con el corazón, en español no usamos *corazonal*, *corazónico* ni nada por el estilo, sino el adjetivo ‘cardíaco’, cultismo de origen griego. Por motivos obvios, es esta una de las palabras más usadas en los textos cardiológicos; resulta prácticamente imposible escribir sobre cardiología o enfermedades cardiovasculares sin que, en un momento u otro, uno deba echar mano de expresiones como «auscultación cardíaca», «automatismo cardíaco», «cateterismo cardíaco», «cavidades cardíacas», «enzimas cardíacas», «gasto cardíaco», «glucósido cardíaco», «insuficiencia cardíaca», «latido cardíaco», «parada cardíaca» (o «paro cardíaco»), «reanimación cardíaca», «soplo cardíaco» y «tonos (o ruidos) cardíacos».
El lector sagaz se habrá fijado ya en que acabo de escribir todas estas expresiones con tilde en la í, mientras que en el resto de nuestra revista aparecen siempre, indefectiblemente, escritas sin acento gráfico. ¿Yerra Revista Española de Cardiología, que hace años decidió unificar criterios y escribir cardiaco siempre sin tilde, o yerro yo, que prefiero escribir cardíaco como voz esdrújula acentuada?
Con las obras académicas de referencia en la mano, ninguno de los dos: la Real Academia Española (RAE) incluye este adjetivo entre su lista de voces biacentuales; esto es, palabras que se consideran correctas en español con dos acentuaciones distintas, como ocurre con acne-acné, hemiplejia-hemiplejía, microscopia-microscopía, reuma-reúma y zoster-zóster.
Si uno se guía por el criterio etimológico, no obstante, la cuestión está clara. El griego καρδιακóς (kardiakós), a través del latín cardiăcus, debe dar en español ‘cardíaco’, voz esdrújula y con tilde.
Ocurre, empero, que la lengua española tiene una preferencia muy marcada por la acentuación grave o llana. La mayor parte de nuestras palabras son llanas; y muchas palabras de origen griego que fueron originalmente esdrújulas en latín han terminado por convertirse con el tiempo en palabras llanas en nuestro idioma. En medicina, donde los helenismos son muy prevalentes, esa transición se observa claramente en muchos casos: ‘alérgeno’, ‘arteríola’, ‘alvéolo’, ‘eléctrodo’, ‘glucólisis’, ‘ósmosis’, ‘período’, ‘psiquíatra’ y ‘termóstato’ deberían ser todas ellas palabras esdrújulas en español, pero en el uso real no es nada raro —en muchos casos, más bien lo contrario— encontrarlas como voces llanas: ‘alergeno’, ‘arteriola’, ‘alveolo’, ‘electrodo’, ‘glucolisis’, ‘osmosis’, ‘periodo’, ‘psiquiatra’ y ‘termostato’ respectivamente.
Algo así está pasando no solo con ‘cardíaco’, sino también con otros helenismos científico-médicos que incorporan esa misma terminación, como ‘afrodisíaco’, ‘amoníaco’, ‘celíaco’, ‘hipocondríaco’, ‘ilíaco’ y ‘maníaco’. En el español europeo es hoy ya predominante la acentuación llana antietimológica con diptongo (-iaco) para muchas de ellas; pero tanto la RAE como el uso culto siguen prefiriendo las formas esdrújulas con hiato (-íaco), que son también las que yo aconsejo y las predominantes en toda América. Ya se escoja una u otra, en cualquier caso, lo lógico es aplicar el mismo criterio a todas las palabras que incorporan esta terminación: es decir, si uno decide escribir ‘cardiaco’, debería escribir también ‘afrodisiaco’ y ‘maniaco’; y si uno opta por escribir ‘cardíaco’, debería escribir también ‘austríaco’ e ‘ilíaco’.
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