El 11 de marzo de 2020 —demasiado tarde en opinión de algunos—, con 118 000 casos notificados en 114 países, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró oficialmente la pandemia de covid-19. Exactamente tres meses después, el 11 de junio de 2020, y con la pandemia aún activa, las cifras oficiales se elevaban ya a siete millones y medio de casos confirmados y más de 420 000 muertes, que se dice pronto. Tres meses habían bastado para que un diminuto coronavirus desencadenara la mayor crisis sanitaria, económica y social del siglo XXI, que ha cambiado nuestro mundo en múltiples aspectos.
También, claro está, en lo tocante al lenguaje médico. No sorprende que así haya sido si tenemos en cuenta que, durante tres meses, todos —médicos y sanitarios, desde luego, pero también la población general— prácticamente no charlamos, leímos ni escribimos de otra cosa que no fuera la covid-19 y su coronavirus causal.
1LA MEDICINA, NOTICIA DE PRIMERA PLANAEn condiciones normales, solo muy de vez en cuando alguna noticia médica o científica de gran calado consigue abrirse un hueco en los medios de comunicación, por lo general dominados por la información política, económica, deportiva o de cotilleos; y no suele mantenerse en el centro de la atención mediática mucho más allá de un par de días o, a lo sumo, un par de semanas. En esta ocasión —y por primera hasta donde yo recuerdo—, la medicina, la virología, la epidemiología fueron día tras día, durante tres meses, portada en todos los diarios de la prensa seria; abrieron todos los noticieros de la radio y la televisión; fueron con mucho lo más buscado tanto en Google como en la Wikipedia, y lo más tecleado, leído y viralizado en Twitter y otras redes sociales.
En una situación así, de bombardeo informativo y mediático constante sobre todas las facetas de la pandemia, la población general ha sentido como nunca la necesidad de conocer y manejar con soltura nuevos vocablos específicos para poder comprender y debatir la información cotidiana. Si, en un mes normal, la Real Academia Española (RAE) suele recibir unos treinta o cuarenta millones de consultas a su diccionario en línea, el pasado mes de abril marcó un récord histórico: más de cien millones de consultas a través de Internet. Claramente, había ansia de saber.
¿Saber qué, exactamente? Acudo al «Registro de consultas» de la RAE, extraigo la lista de palabras más buscadas en los meses de marzo, abril y mayo, y espigo medio centenar de términos estrechamente vinculados, de un modo u otro, a la covid-19: afectar, análisis, asepsia, asintomático, barbijo, cepa, confinamiento (y confinar), contagiar (y contagio), cuarentena, cuidar, diezmar, disnea, distanciamiento, empírico, endemia (y endémico), enfermedad, epidemia (y epidémico), exacerbar, febrícula, fómite, hipocondría, hisopo, infectar, infestar, inocuo, intubar, letargo, mascarilla, medicar, médico, morbilidad, morgue, neumonía, pandemia (y pandémico), prevalencia, remitir, resiliencia, salud, triaje, virólogo, virus, vulnerable. También tecnicismos, neologismos, localismos y extranjerismos no incluidos —¿aún?— en el diccionario de la RAE, como apanicar, covid, cuarentenar, cubrebocas, desconfinamiento, desescalada, disforia, encuarentar, EPI, infodemia, nasobuco, odinofagia, rinorrea, sanitizar, seroprevalencia, tamizaje, virucida …. ¡y coronavirus!
¡¿Coronavirus?! Esta laguna —que persiste en septiembre de 2020— en el diccionario de referencia para nuestra lengua a nivel mundial es, francamente, difícil de entender en la era de la lexicografía electrónica. Habrá quien argumente que siete meses son pocos para que una institución tan compleja como la RAE pueda incorporar una nueva voz a su diccionario. Pero es que el término ‘coronavirus’ no nació el pasado febrero; acuñado en 1965, lleva con nosotros más de medio siglo, y fue ya noticia de portada en todo el mundo con la epidemia de síndrome respiratorio agudo grave de 2002, y nuevamente con la epidemia de síndrome respiratorio de Oriente Medio de 2012. Figúrense si el término sería ya conocido que, en el trigésimo séptimo álbum de la serie historietística occidental más vendida del mundo, publicado en 2017, Astérix y Obélix compiten en la gran carrera transitálica de cuadrigas contra un misterioso personaje enmascarado apodado precisamente Coronavirus.
En los viejos tiempos del papel, cada nueva edición de un gran diccionario podía tardar lustros; hoy, transformados los diccionarios en bases de datos consultables en línea, la enmienda de cualquier entrada ya existente o la incorporación de una entrada nueva puede resolverse en cuestión de minutos. El pasado 11 de febrero, la OMS acuñó el término coronavirus disease 2019, y el Comité Internacional de Taxonomía de los Virus hizo lo propio con severe acute respiratory syndrome coronavirus 2; tan solo dos días después, ambos aparecían ya comentados con detalle en mi Diccionario de dudas y dificultades de traducción del inglés médico1.
2VOCABULARIO ESPECIALIZADO DE LA COVID-19Con la pandemia, nos llegó también toda una avalancha de publicaciones en inglés sobre el nuevo coronavirus, plagadas de términos que había que conocer de un día para otro. De virología, por supuesto: bat coronavirus RaTG13, corona replication, Coronaviridae, nCoV, nucleocapsid, orthocoronavirus, viral shedding, virucidal...; pero también de biología molecular (ACE2 receptor, genomic RNA, non-structural protein 2, N-terminal domain, spike protein, splicing), de epidemiología (cluster, epi curve, incident case, lockdown, mitigation phase, outbreak hotspot, PUI, reproductive ratio, SEIS model), de laboratorio de análisis microbiológicos (drive-through testing, next-generation sequencing, nose swab, POC assays, thermal cycler), de neumología (acute respiratory disease, CPAP, nasal prongs, PaO2, supine ventilation, supplemental oxygen, ventilator weaning), de material y elementos de protección (barrier mask, biosafety level, booties, eye shield, FFP2 respirator, goggles, long-sleeved gown, PPE).
De todo médico, sea cual fuere su especialidad, se esperaba en esos días que fuera capaz de documentarse debidamente en inglés y capaz también de explicarlo todo de forma correcta y clara en español. En español de todos, además. Ante una pandemia en esta era nuestra mundializada de Internet, se espera de un médico que sepa que nuestra mascarilla se llama barbijo en la Argentina, cubrebocas en Méjico, nasobuco en Cuba. O que los equipos de protección personal únicamente se llaman EPI en España; más del 90% de los 500 millones de hispanohablantes los llaman EPP.
En este ámbito de la terminología especializada, la respuesta institucional dejó también mucho que desear. El 28 de mayo, doblado ya desde hacía un mes el pico de la pandemia, se presentó en Madrid la plataforma de terminología científico-técnica Enclave de ciencia2, impulsada por la RAE y la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (Fecyt). Mientras escribo estas líneas (15 de junio), busco «covid» en los corpus de Enclave de ciencia y la plataforma no me devuelve ni una sola coincidencia. Quiere eso decir que su módulo de corpus (integrado por el subcorpus científico-técnico del Corpus del español del siglo XXI de la RAE, el corpus de materiales de la Fecyt y un pequeño corpus de noticias de la Agencia SINC) contiene 122 millones de palabras, pero ni un solo texto sobre covid-19. Compárese con una iniciativa estadounidense privada como el Coronavirus Corpus3 de la Universidad Brigham Young, subido a la red a principios de mayo y que en agosto sumaba ya la friolera de 600 millones de palabras... ¡solo sobre la covid-19!
Y no hace falta ir a los Estados Unidos para dar con valiosas iniciativas privadas, también en español. El 30 de abril, la Asociación Internacional de Traductores de Medicina y Ciencias Afines (Tremédica), en colaboración con la plataforma Cosnautas de recursos para la traducción médica, subió a Internet un Glosario de covid-19 (inglés-español)4 de consulta gratuita y con cerca de 5000 términos. En él, tecnicismos científicos y médicos de cualquier rama o especialidad, ordenados de la A a la Z (o, más bien, de aAPC vaccine, Abbott RealTIme SARS-CoV-2, absolute ethanol, acalabrutinib y accessory proteins... a Zepatier,zero patient, zinc ionophore, zingerol y zoonotic virus); pero también voces de economía (corona bonds, debt refinancing, e-commerce, economic slumber, essential workers, grocery store, gross domestic product, retail market, stock market crash), de sociología (big applause, cocooning, de-escalation, econsultation, elbow tap, F2F meeting, homeschooling, infodemic, sinophobia, social distancing, working from home), de la lengua coloquial (cabin fever, caremongering, corona-snitch, covidiot, Dracula sneeze, Miss Rona, moronavirus, stay home, tested pozzy, Wuhan shake).
3NUEVAS PALABRAS LLEGADAS CON LA PANDEMIADe la lengua coloquial, sí, porque el virus de la covid-19ha traído consigo toda una neocoronalengua que es, básicamente, de acuñación popular. Existen términos especializados nacidos con la pandemia, como los ya comentados covid-19 y SARS-CoV-2, nacidos el pasado 11 de febrero. O el neologismo acuñado por la OMS a raíz de una alarmante situación: la infoxicación crónica que arrastramos desde hace medio siglo, unida —ante la situación de alarma mundial— al consumo compulsivo de información procedente de las fuentes más diversas y a la proliferación de noticias equívocas, erróneas, tendenciosas, contradictorias o maliciosas, formaron una mezcla explosiva que hizo de la población mundial en tiempos de covid-19 un colectivo humano igual de desinformado que siempre, si no más desinformado, perplejo y desorientado que nunca. Para dar nombre a este fenómeno, la propia OMS acuñó en inglés el neologismo infodemic, rápidamente calcado en español a infodemia (por contracción de «información+epidemia o pandemia»). Aunque me parece que, en nuestra lengua, mucho menos dada que el inglés a la neología por contracción, podríamos haberla llamado sin problemas «epidemia (o pandemia) de desinformación», «infoxicación epidémica (o pandémica)» o, en todo caso, desinfodemia o bulodemia, ¿no?, puesto que el problema no es la información, sino la desinformación o el exceso de bulos.
La mayoría de los neologismos que nos trajo la pandemia covídica, no obstante, fueron de origen popular, humorísticos y pensados como flor de un día. Si en inglés los hablantes de a pie dieron en llamar al SARS-CoV-2 the rona o Miss Rona (por abreviación de corona), entre nosotros vimos nacer también alias coloquiales como coronabicho, acojonavirus, cabronavirus, carallovirus, cojonavirus, confinavirus, coñazovirus o coronito. Destaca por su productividad el prefijo corona-, usado en neologismos más o menos jocosos como coronacrisis, coronabonos, coronacoma (económico), coronacompras, coronadivorcios, coronafiestas, coronapijos, coronachivatos, coronabilis, coronaplausos y coronaburrirse (prácticamente cualquier palabra, como puede verse, fue coronable en los coronadías del estado de alarma). Quienes se coronaburrían, fueron llamados coronaburros, mientras que para otros los coronaburros (también llamados covidiotas o coronajetas) fueron quienes no se tomaban en serio la pandemia y pusieron en riesgo la salud colectiva con sus irresponsabilidades (no respetar el distanciamiento social, desobedecer las órdenes de confinamiento, difundir noticias falsas, acaparar más alimentos o productos de los que realmente necesitan, etcétera). Simultáneamente, nuestras ventanas y terrazas se poblaron de balconazis o policías de balcón, torquemadas autoproclamados que se dedicaban a insultar o acusar públicamente (a veces, incluso humillar, intimidar, vejar o agredir) a los coronaburros que salían a la calle o iban desenmascarillados, sí, pero también a abnegados vecinos expuestos al coronavirus por motivos laborales. Los neologismos chistosos fueron incontables: desde las vinollamadas o birrallamadas para quedar por Internet a tomar una copa con los amigos hasta la generación de cuarenténials, corónials o pandémials (que para unos está formada por quienes padecimos la pandemia, mientras que para otros lo estará por quienes nazcan nueve meses después del confinamiento), pasando por los perreros (que sacaban a pasear al perro ocho veces al día para escapar del confinamiento), los cuñavirus (que, de no saber una palabra de virología ni epidemiología, pasaron en cuatro días a ir dando lecciones a diestro y siniestro, cuando no a ejercer directamente de epimiedólogos o de bulócratas), las más-carillas (que se dispararon de precio durante los primeros meses de pandemia) y la depresiva cuarempena que aquejó a tantas presonas recluidas sin poder salir de casa —algunas, muertas de panicovid— en la nueva covidianidad. Cuando el confinamiento, inicialmente decretado por dos semanas, empezó a prorrogarse una y otra vez —el estado de alarma se prolongó más de tres meses, desde el 14 de marzo hasta el 21 de junio—, se convirtió en sinfinamiento precursor de la anunciada nueva anormalidad (o nueva subnormalidad). Unos aprovecharon el sinfinamiento para hacer ejercicio físico (crossfinamiento o cuarentrena); otros, para darle al alcohol (convinamiento), ya fuera en soledad o en compañía a través de Zoom (convidamiento por vinollamada, a veces para celebrar un zoompleaños); otros, para el guisoteo (cocinamiento); muchos, en fin, para vaguear y practicar el sillombol; lo cual, unido a la proliferación de repostería casera y al constante picar entre horas (con lo que el día pasaba a ser una desayualmueriendena continua), supuso para muchos un auténtico confitamiento con varios kilos de más. No es de extrañar que algunos propusieran rebautizar año dos mil vientre a este pandémico 2020.
Fernando A. Navarro
Consejo Editorial, Revista Española de Cardiología