Si recuerdan, el mes pasado terminaba mi columna con una pregunta retórica: ¿se imaginan que al corazón nos diera por llamarlo ‘cardiología’? Parece difícil de imaginar, cierto, pero sí que tengo visto en medicina el caso contrario; esto es, llamar ‘corazón’ a la cardiología.
Pese a lo que su nombre parece indicar, la cardiología es la disciplina científica, rama de la medicina, que se ocupa del estudio clínico, el diagnóstico, el tratamiento y la investigación de todo el aparato circulatorio —no solo el corazón— y sus enfermedades. Ocurre, no obstante, que desde antiguo estamos habituados a usar el formante de origen griego cardio– (o directamente el término inglés heart) en el sentido más amplio de cardiología, cardiológico o cardiovascular, para expresar relación con la cardiología en su conjunto o con su objeto de estudio; que no es solo el corazón, sino el corazón y los vasos sanguíneos.
Encontramos este uso, por ejemplo, en expresiones como cardio fitness (entrenamiento cardiovascular, ejercicios cardiovasculares) y heart team (equipo cardiológico [o cardiovascular]); o también en el nombre de dos de las asociaciones profesionales más importantes de la especialidad: la New York Heart Association (Asociación Neoyorquina de Cardiología [o Asociación Cardiológica de Nueva York]) y la American Heart Association (Asociación Estadounidense de Cardiología). Sí, «estadounidense» esta última, y no *americana*, pues conviene no olvidar que en inglés es habitual el uso del gentilicio American para expresar relación no con el continente americano en su conjunto, sino tan solo con los Estados Unidos. La American Heart Association no es en absoluto una asociación americana, sino estrictamente estadounidense, igual que la American Medical Association (Asociación Médica Estadounidense), la American Red Cross (Cruz Roja de los Estados Unidos), la American Bar Association (Colegio de Abogados de los Estados Unidos) o la American Cancer Society (Sociedad Estadounidense de Oncología).
Por tratarse de sociedades nacionales, cuyo único idioma oficial es el inglés, podemos optar, claro está, por mantener su título en inglés, sin traducirlo. Pero si decidimos traducirlo, debemos hacerlo correctamente, y no confundir al lector con el empleo impropio del gentilicio ‘americano’; ah, y tanto si traducimos la denominación como si no, deben mantenerse siempre las siglas originales (en los cuatro ejemplos que estamos considerando: AHA, AMA, ARC y ACS). Para quienes opten por la primera opción —esto es, conservar el nombre oficial en inglés, sin traducir—, conviene tener en cuenta que tal actitud debe mantenerse, por motivos de coherencia, con otros organismos extranjeros, como la Université de la Sorbonne de París, el Instituto de Histologia e Embriologia de Lisboa, la Deutsche Forschungsgemeinschaft, el Ministero della Sanità italiano y el Karolinska Institutet de Estocolmo. Es muy frecuente encontrar textos traducidos al español en los que los organismos británicos o estadounidenses se dejan en inglés, pero los franceses, portugueses o italianos se castellanizan, y los alemanes, suecos, rusos o japoneses se reproducen también, curiosamente, en inglés. Considero incongruente hacerlo así.
Obra de referencia recomendada: Diccionario de dudas y dificultades de traducción del inglés médico (3.a edición), en la plataforma Cosnautas disponible en www.cosnautas.com/es/catalogo/librorojo.