Hemos leído con gran interés la carta científica publicada por Caballero Valderrama et al. en la que hacen referencia al desarrollo de disfunción cardiaca por antraciclinas asociada con una miocardiopatía dilatada familiar1. El diagnóstico precoz y el manejo de la toxicidad cardiovascular relacionada con antitumorales es un reto de creciente envergadura, desde un punto de vista tanto clínico como de investigación. Sin duda, el riesgo de toxicidad cardiovascular es el resultado de una compleja interacción que involucra las características tanto del paciente (edad, genética, riesgo cardiovascular…) como del propio tumor, así como el tipo y la duración del tratamiento propuesto2.
Las estrategias actuales de cardio-oncología recomiendan una evaluación individualizada del riesgo de toxicidad cardiovascular para todo paciente que vaya a recibir terapias antitumorales potencialmente cardiotóxicas3. En función de este riesgo, se establecen protocolos de prevención y monitorización durante y después del tratamiento del cáncer, así como recomendaciones para optimizar el tratamiento de los eventos cardiovasculares relacionados4,5.
Nos parece muy acertada la publicación de este ejemplo tardío de enfermedad cardiovascular relacionada con antraciclinas y radioterapia1,2 porque ayuda a tomar conciencia de la necesidad de considerar el tratamiento del cáncer como un factor de riesgo cardiovascular3 y ejemplifica por qué son necesarios equipos multidisciplinarios que coordinen los diferentes niveles asistenciales.
Compartimos con los autores que la realización de un estudio genético de pacientes con antecedentes familiares compatibles con cardiopatía podría mejorar la prevención del riesgo de cardiotoxicidad. Sin embargo, cuando se habla de genética y medicina personalizada en cardio-oncología todavía queda un importante camino por recorrer3,6. Hasta entonces, se debe estratificar el riesgo cardiovascular antes, durante y tras el tratamiento del cáncer para optimizar el control de los factores de riesgo cardiovascular y detectar fases subclínicas de daño miocárdico. De acuerdo con los consensos actuales, la paciente descrita presentaba un riesgo intermedio de toxicidad por antraciclinas, y la combinación con radioterapia aumenta este riesgo a medio-largo plazo4,5. En este sentido, una monitorización con biomarcadores7, electrocardiograma (ECG) y técnicas de imagen8 antes, durante y a los 12 meses de terminar el tratamiento podría haber detectado cambios subclínicos en la función cardiaca que requieren una monitorización más cuidadosa a largo plazo5,6. Según lo descrito por los autores, los cambios en el electrocardiograma podrían haber anticipado el daño cardiaco1. La monitorización cardiovascular de tratamientos cardiotóxicos4 es una recomendación de clase I con nivel de evidencia B en la guía europea de 2021 sobre prevención cardiovascular3, y la mayoría de las pruebas mencionadas tienen buena accesibilidad.
En definitiva, todo ello subraya la importancia de crear programas multidisciplinarios y protocolos pragmáticos de actuación que permitan el cribado y el seguimiento óptimos de la enfermedad cardiovascular en los pacientes con cáncer para así mejorar su pronóstico y facilitar su tratamiento.
FINANCIACIÓNLos autores declaran que no han recibido financiación externa para el presente trabajo.
CONTRIBUCIÓN DE LOS AUTORESTodos los autores contribuyeron por igual a la idea, la edición y la revisión crítica del artículo.
CONFLICTO DE INTERESESLos autores declaran la ausencia de conflictos de intereses relacionados con el presente artículo.